AUTOESTIMA es una palabra que al igual que “Estrés” y “Depresión” se usan con frecuencia en el habla de todos los días.
“Fulano está deprimido”, “Estoy estresada” o “Mengano tiene baja la autoestima”.
Todas son expresiones que escuchamos o utilizamos, aunque no con el rigor que sería deseable.
Intentemos despejar algunas ideas habituales sobre la autoestima.
Cuando una persona acude por primera vez a la consulta es frecuente que diga: “Tengo baja la autoestima” como si se tratara de un depósito de agua que está casi vacío y que se quiere llenar.
¿Es la autoestima algo que puede subir o bajar como si fuera “algo” almacenado? No, desde luego.
¿Qué es entonces la autoestima?
Una manera sencilla de definirla es que la autoestima es:
la manera en que te percibes a ti mismo o, en otras palabras, la imagen que tienes de ti misma.
Estas ideas que uno tiene de si mismo se van construyendo a lo largo de la vida, fundamentalmente como reflejo de lo que las personas cercanas (padre, madre, etc) nos transmiten y también como consecuencia de algunas experiencias que nos han marcado.
Esta imagen de sí mismo está compuesta por un conjunto de ideas, suposiciones, creencias, sentimientos, convicciones y experiencias de uno mismo, que se expresan en frases como estas:
“Soy perezosa”
“Me veo inútil”
“Soy guapa”
“Me siento inferior”
“Soy un triunfador”
Las personas que se quejan de tener una “Baja autoestima” son quienes están siempre atentas a sus fallos y ciegas a sus logros.
¿Se trata entonces de voltear la tortilla para tener una “Autoestima alta”?
No. Porque tan limitante y distorsionada es una mirada denigrante de sí mismo como una mirada triunfalista y complaciente.
Aquellos a quienes percibimos con “Autoestima alta” que van por el mundo viéndose y mostrándose como ganadores tampoco salen bien parados. Por varios motivos, uno de ellos es que estas percepciones de sí, son fachadas que compensan ideas muy pobres de sí mismo que hay que ocultar a través de caretas de grandiosidad. Otro motivo suelen ser los proyectos desmedidos e irreales en los que se embarcan imbuídos de la seguridad en sus supuestas capacidades y que terminan en grandes fracasos.
¿Cómo puede contribuir la terapia a cambiar la mirada que se tiene de sí mismo de modo que las fallas y las limitaciones puedan coexistir en una visión más equilibrada y a la vez, cómo pueden replantearse las imágenes grandiosas de los que se ven como permanentes triunfadores?
El trabajo en la psicoterapia apunta primero a descubrir cuales son estas imágenes porque no todas son conscientes y a entender cómo han ido incorporándose en cada uno.
Una buena terapia no busca cambiar estas fachadas convenciendo a quienes se ven torpes, limitados e incapaces que no tienen por qué sentirse así y otro tanto, a los que van por el mundo como pavos reales, de que deben ser más humildes y menos presuntuosos.
Las llamadas “autoestima baja” o “autoestima alta” son la punta de un iceberg, lo que de verdad cuenta es descubrir cómo y por qué se han ido gestando esos disfraces. Cuando logres ver esto, que es una tarea compleja porque se trata de desmontar estructuras psíquicas muy arraigadas, podrá surgir una nueva mirada de ti mismo, en la que coexistirán la amabilidad cuando cometes errores con el reconocimiento sereno de tus talentos y aciertos. No es fácil pero es posible.