No necesitamos abundar en detalles acerca de lo complicado que es convivir con un adolescente, cómo influye en la atmósfera de la casa y en la relación entre sus padres y con sus hermanos.
La mayor parte del tiempo, lo que nos muestra nuestro adolescente son por ejemplo, cambios de humor que no entendemos, un pasotismo desconcertante o rechazo a todo lo que viene de los padres. Otras veces se trata de problemas con la alimentación, conductas claramente violentas o adicciones.
No coloquemos en un mismo saco todo lo que observamos en nuestros hijos/as adolescentes. Es importante delimitar cuándo estamos frente a dificultades propias del crecimiento, no por eso libre de conflictos, y cuándo frente a comportamientos peligrosos que requieren de ayuda especializada.
Si el adolescente no habla es en buena medida, porque no sabe identificar bien lo que siente y mucho menos expresarlo en palabras. Es así que se ve lanzado a actuar más que a hablar y que su malestar se expresa más por medio de sus actos que de sus palabras. El suyo es un sufrimiento, confusamente sentido, informulable y en una palabra, inconsciente.
Es a nosotros, los adultos cercanos a quienes nos compete facilitarles el camino para traducir su malestar, (ese que habría manifestado si hubiera sabido reconocerlo y expresarlo) a través de la vía de hablar y compartir con un profesional que podrá ayudarlo a ir identificando y aclarando sus sensaciones de malestar difusas.
Los padres no son los llamados a acompañarlos en este camino, los chicos están en un lógico y necesario proceso de toma de distancia de sus padres necesitan un interlocutor ajeno a la familia para poder abrirse y compartir lo que les preocupa. Vendrán otros tiempos en que quieran acercarse a sus padres.
Esto no quiere decir que los padres no tengan un papel muy importante para ayudarlos
¿Cómo actuar entonces? Lo veremos en un próximo post.