(Adaptado del New York Times 16/03/2020)
¿Cómo puede estar repercutiendo el confinamiento en la vida de las parejas?
¿Saldremos igual que antes de esta experiencia?
¿Se terminará de quebrar lo que ya estaba agrietado?
«La semana pasada leyendo un hilo de Twitter, tuve el impulso de mostrárselo a mi marido que leía tranquilamente en el salón así que bajé las escaleras con la tablet en la mano y con ganas de charlar con él. A mi modo de ver el tuit decía cosas muy interesantes sobre la situación de emergencia que estamos viviendo y me apeteció compartirlas.
El le echó un vistazo rápido y me miró entre sorprendido e indiferente devolviéndome la tablet :
– . «¿Por qué me lo muestras?» - Preguntó – «no dice nada nuevo…» y siguió con su lectura.
De pronto me vi sorprendida y sintiendo que nos separaba un abismo. ¿Qué nos estaba ocurriendo que luego de días y días compartiendo las 24 horas se había convertido en un extraño?
Nuestra vida, como la de la mayoría de parejas hoy, pasó de una rutina en la que nos veíamos unas pocas horas al día, a estar juntos mañana, tarde y noche.
Su respuesta lejana e indiferente fue un golpe, no sólo por comprobar lo lejos que estábamos, también porque acababa de darme cuenta que empezaba a cansarme de él. »
El encierro forzoso que estamos viviendo puede llegar a ser una «prueba de esfuerzo» (stress test) parecida a la que se someten los bancos para comprobar su resistencia a situaciones adversas. Las situaciones críticas -y este confinamiento lo es- es una prueba de esfuerzo definitiva para una pareja.
Existe cierta literatura sobre este tema. En 2002, por ejemplo, The Journal of Family Psychology publicó un documento en que analizó qué ocurría con las parejas que habían vivido en zonas con desastres naturales importantes (huracanes, inundaciones, incendios etc) en comparación con las que vivían en zonas tranquilas donde no había ocurrido algo así.
¿Los resultados? Al año siguiente de los incidentes, se divorciaron muchas más parejas en las zonas de desastre que en las otras. Pero no sólo. También aumentaron significativamente el número de matrimonios y de nacimientos. Los desastres naturales y en general las situaciones límite nos movilizan emocionalmente. Se difuminan las certezas cotidianas, esos puntos de referencia indispensables para vivir. Algo tan elemental como ir despreocupadamente en el metro o comprar en el supermercado pasan a ser amenazas que nos muestran nuestra fragilidad, nuestros límites y se multiplican las señales de alarma en forma de angustia. ¿ cómo no va a impactar este terremoto en nuestros vínculos emocionales más cercanos?
Lo que ahora estamos viviendo en esta pandemia es una emergencia de magnitud mucho mayor que cualquier desastre natural, primero porque no se circunscribe a una zona, a una provincia o un país, como suelen ser las catástrofes naturales: la amenaza es en todo el planeta. Esto lo hace más amenazante aún porque no hay escapatoria. Nos obliga a lidiar con las tensiones habituales de un desastre, que en este caso además, influirán en nuestro trabajo, en nuestra economía y en nuestra vida cotidiana y ello con una sensación de temor e incertidumbre y ante unos hechos desconocidos ante los cuales aún no tenemos recursos emocionales para enfrentar.
Este es el mar de fondo en el que transcurre esta convivencia forzosa en la que la caja de los truenos de la vida de muchas parejas se ha abierto mostrando de sopetón, casi brutalmente, que aquel o aquella con quien vivimos puede ser un autentico extraño, alguien que, por supuesto, no tiene nada que ver con los mitos de la media naranja ni el «otro yo», mitos que ya intuíamos absurdos que pero que no imaginamos vivir en primera persona: ni complementariedad, ni concordia ni armonía.
Tanta cercanía durante este confinamiento ha puesto en evidencia la magnitud de la distancia. Uno disfruta con el encierro y la otra añora desesperadamente salir. Una está atenta a las noticias del telediario y otro prefiere atiborrarse con los deportes, uno intenta conectarse con el tele trabajo y otra pasa olímpicamente de respetar horarios y acuerdos para facilitarlo. Las inevitables divergencias se han acentuado.
No son banalidades, porque no estamos hablando de planes fuera de casa ni de programas de televisión ni de horarios de trabajo, sino de expresiones de desencuentros, de miedos y de sentimientos de distancia y ajenidad.
Gota a gota ha ido haciéndose evidente el desencuentro, como el que describe nuestra protagonista del inicio : de pronto calló en cuenta que ambos circulaban por carriles paralelos que iban camino a ser divergentes. No se tocaban, no tenía nada que ver con su marido y más aún, estaba empezando a cansarse de él.
La cuarentena no ha «causado» esta situación, tan sólo la ha colocado en primer plano. Los sentimientos que ahora se muestran tan claramente son aquellos que ya no se pueden atenuar. Lo que tiempo atrás podía distraerse, diluirse o camuflarse ahora se ha instalado claramente.
¿Volverán a ser las cosas como antes? es la pregunta que hacen muchas parejas cuando buscan ayuda. Es difícil imaginar que un remezón fuerte no tenga efectos en la vida de una pareja. Tarde o temprano de una u otra forma mostrará su rostro, aunque la necesidad de tapar lo doloroso, el «horror al saber;» estarán allí intentando sortearlo, pero desde luego no harán que desaparezcan.
Sólo una reflexión para terminar:
«Nunca desperdicies una buena crisis» es un antiguo dicho, tal vez estos momentos difíciles permitan construir otros panoramas.