Padres e hijos: Cuando el problema es cómo nos relacionamos

por | Ene 30, 2020 | Psicoterapia

A lo largo del siglo pasado, la autoridad de los padres  fue cuestionada tanto por la falta como el exceso de autoridad. Antes, la cultura respaldaba esta autoridad . Hoy la jaquea.

“Límites! Hay que poner límites a los hij@s!”. Este reclamo, oído por doquier, resuena en la escuela y la familia, entre padres y profesores. ¡Límites, más límites! ¿Acaso la falta de límites se deriva de la decadencia de la autoridad? A lo largo del siglo pasado, el lugar de la autoridad de los padres perdió valor, sin duda, ya no son escuchados, más bien se los critica, están en la picota: se les reclaman límites y, si los ponen, se los tilda de autoritarios o violentos, se les exige perfección y a la vez que asuman sus imperfecciones… Antes, toda nuestra cultura sostenía el respeto los padres; hoy, muchos les llevan la contra; ser padre y ser madre  se ha vuelto  difícil.

Todo esto es cierto, pero plantearlo así no permite deducir modos de resolver el problema. Exploremos otra vía.

Cuando el joven no acata la orden del mayor, decir que éste no sabe hacerse respetar y que aquél es desobediente puede parecer evidente, pero es tan estéril como atribuir el poder soporífero del opio a su «capacidad hipnótica». Para peor, es una “explicación” que ofende a ambos, padres y hijos sin ayudar a resolver la situación.

 

Si observáramos lo que ocurre como que  algo anda mal en la relación adulto-joven, poner la lupa en ella será mejor y no resultará ofensivo ni prejuicioso.

Consideremos, pues, la posibilidad de que el problema no esté en ninguno de los dos ni en el adulto ni en el joven, sino en el modo cómo se relacionan.  Para descubrir por qué la cosa no marcha como es debido, un símil puede ayudar: un jinete monta su caballo, las riendas que ligan su mano con el freno son frágiles y al primer tirón se pulverizan, entonces sus maniobras son inútiles y el caballo no acata sus órdenes porque nada los une. Decir que el jinete es torpe o el caballo es rebelde sería injusto y ridículo. Situar la dificultad en las riendas, permite dar solución al problema: hay que crearlas más firmes.

Cuando el adulto dice «No hagas eso» y el joven lo desobedece, ¿qué es lo que debería vincularlos y qué se ha pulverizado como las riendas? Para responder, apelaremos a otra analogía.

Si unos peatones que caminan tranquilamente por la calle oyen una orden «¡Cuerpo a tierra!», se asombrarán, seguirán de largo o mirarán a quien ha lanzado el grito, mientras que, si los llevan a la guerra y la voz que escuchan es la del capitán, se arrojarán al suelo sin pensar. Las personas y el grito no han cambiado, pero en un caso la orden es eficaz y en otro no. ¿Qué rienda existe o falta respectivamente?

Sólo un tejido de reglas, acuerdos honestos, símbolos y, en definitiva, palabras, crea una relación gracias al cual la orden tendrá efecto. Si bien la orden está hecha de palabras, no crea en sí misma vínculo alguno, así como las maniobras del jinete no son ni suplen la rienda faltante.

¿De qué está hecho aquello que debería vincular al adulto con el joven y que se ha esfumado como las riendas? Está hecho  de palabras, pero no las imperativas utilizadas para ordenar o prohibir. Quien lamenta la rebeldía o el pasotismo del joven es tan ridículo como el jinete sin riendas que maldice la resistencia del caballo; castigar al desobediente es absurdo en ambos casos. ¿El caballo debe forjar riendas más resistentes? ¿El joven debe crear lazos  más firmes? Cuando límites y órdenes no son respetados, ¿quién debe tejer la trama?

Tal vez el debilitamiento de los vínculos entre padres e hijos, vínculos hechos de palabras, explique la decadencia de la autoridad de los padres y no al revés. Lo cierto es que sus efectos sólo se revertirán si los adultos aprenden a hablar abierta y honestamente  con los jóvenes. La responsabilidad es suya. De lo contrario, actuarán como jinetes sin riendas sobre caballos desbocados a los que castigarán injustamente… hasta que éstos logren sacárselos de encima y darles, si pueden, unas merecidas coces.

Adaptado de  Gerardo Arenas Cuando el problema es el lazo que (no) une” Revista Página 12

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