Hasta hace un tiempo la pregunta era por la causa de las separaciones de las parejas (“¿Por qué se habrán separado?”), hoy más bien nos preguntamos “¿Por qué cuesta tanto separarse? “
Dos personas pueden vivir juntas durante años en un infierno cotidiano -y ya no cabe decir que es por respeto a la institución matrimonial. Algunas veces se pone como pretexto a los hijos (“No los quiero hacer sufrir”) aunque es muy frecuente que continúen juntos cuando los hijos ya se han independizado. En ocasiones se opta por una vida paralela donde se busca fuera de casa aquello que no se consigue en ella.
Separarse, no es irse. El primer paso de una separación es reconocer que uno ya se fue. Que quizás está en un lugar del que ya se separó hace rato. Y a veces lo que no se soporta es justamente el aceptar que la separación ya ocurrió. Y lo que se busca por todos los medios es tratar de evitarla. Este también puede ser el sentido de muchas peleas, que no son para separarse, sino como defensa ante una separación consumada o como una manera de permanecer juntos, porque han hecho de la agresión su modo de estar juntos. La separación física es lo de menos, lo que importa es la separación psíquica o emocional .
LA SEPARACION NO ES UNA DECISIÓN RACIONAL
Separarse es una de las tareas más difíciles de la vida. De lo que sea: de la familia de origen, de un trabajo, de un lugar y, por qué no, de una relación amorosa.
Dos personas pueden estar separadas y continuar juntas a través de discusiones en las que se pelean como si aún fueran pareja. A esta manera de estar juntos podemos llamarla «Pareja de separados», porque muestra que la separación puede ser también un modo de seguir en pareja.
Por otro lado, separarse es un acto hostil. Esto no quiere decir que sea agresivo, pero sí es hostil en la medida en que encarna una negación. Decir que “no” a alguien (o que nos digan que no) implica una frustración. Sin embargo, una diferencia crucial está en personalizar esa negativa, porque muchos de los «no» que se dicen en una separación son al vínculo que tienen entre ambos y no a la persona. En este sentido hay que ser cuidadoso o cuidadosa en no tomarte como personales las cosas que te dice el otro.
La separación es una transformación del vínculo para que dos personas recuperen autonomía; no debe ser un acto de venganza, ni un abandono, no es dejar ni que nos dejen.
¡Qué difícil pensarnos por fuera de un vínculo! En otras palabras, imaginarnos estar o vivir fuera del modo de estar con nuestra pareja. No obstante, los vínculos siempre van entre un adentro y un afuera, en transformación. Creo que si a veces nos cuesta tanto transitar una separación es porque tenemos el temor de que, sin ese vínculo, no hay nada más; pero, ¿sabes qué? Con una buena separación es posible reencontrarse con el otro desde otro lugar y compartir otras y nuevas cosas.
Una separación es siempre un ejercicio de supervivencia. Cuanto menos nos sentimos capaces de sobrevivir, más vamos a culpar al otro o le vamos a querer cobrar nuestro dolor. Sin embargo, ese dolor es propio y lo peor que podemos hacer es asumir una actitud de revancha o castigar en el otro lo que no podemos aceptar de nosotros. Cuando hay hijos «en común», lo común permanece a pesar de la separación de los padres y es preciso velar por su protección. Un gran mito en las separaciones es creer que daña a los hijos, que los padres juntos es lo mejor para un niño y esto no es así. También puede ser sumamente doloroso para un hijo tener que “cargar con la culpa “ de unir a sus padres.
Un espacio terapéutico, sólo o en pareja puede ser –en lugar de para forzar la relación– una vía para buscar la mejor manera de seguir cada uno con su vida sin ponerse palos en la rueda.
El fin de una convivencia no es necesariamente el fin del amor o el cariño por el otro. Cuando alguien nos dice que ya no quiere estar más con nosotros, en lugar de pensar que ya no nos quiere, mejor tratar de escuchar qué del vínculo con nosotros le duele o lastima. Es posible salir adelante, haciéndole lugar a una transformación que no nos resienta.
Nunca es tarde para aceptar que las separaciones no llegan de un día para otro, sino que son el trabajo de un largo y sinuoso desgaste por el cual ninguno puede culpar al otro. Si nos animamos a sobrevivir, habremos crecido un montón y, además, estaremos más enriquecidos para nuevas experiencias.
(Texto adaptado de “¿Podemos separarnos bien?” de Luciano Lutereau, Diario El Litoral)